Carlos Kohn y Yubiza Zarate
Instituto de Filosofía Universidad Central de Venezuela Caracas – Venezuela carloskohn59@gmail.com; yubizarate@gmail.com
“Nos convertimos en no se me ocurre otra palabra en un animal gregario… Sí, un animal de costumbres; y, cuando recibimos una orden, damos automáticamente un taconazo y decimos ‘jawohl’.” Declaración de Eichmann en su juicio, el 18 de junio de 1961 (1)
1. Introducción
Una de las exhortaciones más significativas que ha legado Hannah Arendt en su gran obra Los orígenes del totalitarismo de 1951, fue haberle planteado al pensamiento filosófico la inconmensurable tarea de reflexionar sobre los hechos acaecidos en los campos de concentración nazi, que ella refiere como “la carga de nuestro tiempo”, o, como bien lo explica Fernando Bárcena: “el sufrimiento del ser humano (en esos campos) es lo que, desgraciadamente, constituye la horrible novedad del siglo XX. Un siglo que no se ha caracterizado precisamente por la muerte de Dios, sino por la muerte del hombre, por la muerte de lo humano y de la humanidad” (2). O, a decir, de Adorno y Horkheimer: “una humanidad… (que se ha) hundido en un nuevo género
Carlos Kohn y Yubiza Zarate Instituto de Filosofía Universidad Central de Venezuela Caracas – Venezuela
“Nos convertimos en no se me ocurre otra palabra en un animal gregario… Sí, un animal de costumbres; y, cuando recibimos una orden, damos automáticamente un taconazo y decimos ‘jawohl’.” Declaración de Eichmann en su juicio, el 18 de junio de 1961 (1)
1. Introducción
Una de las exhortaciones más significativas que ha legado Hannah Arendt en su gran obra Los orígenes del totalitarismo de 1951, fue haberle planteado al pensamiento filosófico la inconmensurable tarea de reflexionar sobre los hechos acaecidos en los campos de concentración nazi, que ella refiere como “la carga de nuestro tiempo”, o, como bien lo explica Fernando Bárcena: “el sufrimiento del ser humano (en esos campos) es lo que, desgraciadamente, constituye la horrible novedad del siglo XX. Un siglo que no se ha caracterizado precisamente por la muerte de Dios, sino por la muerte del hombre, por la muerte de lo humano y de la humanidad” (2). O, a decir, de Adorno y Horkheimer: “una humanidad… (que se ha) hundido en un nuevo género
de barbarie” (3). Este nuevo género de barbarie es, afirma Arendt, el de los sistemas totalitarios, los cuales, aspiran a convertir a los hombres en superfluos, en autómatas o en objetos prescindibles. Para nuestra autora, el “terror totalitario” se diferencia de la aplicación de la violencia, que ejerce un régimen cuyo propósito es derrotar a los enemigos, que por más adversarios que fueran, no dejan de ser considerados “seres humanos”, en que busca la dominación total en la que no cabe ningún resquicio de libertad, condición para la tolerancia o respeto a la dignidad de la persona, porque ésta ha sido degradada a la condición de superflua. En sus palabras: “El auténtico horror de los campos de concentración y exterminio no radica en el hecho de que los internados, aunque consigan mantenerse vivos, se hallan más efectivamente aislados del mundo de los vivos que si hubieran muerto porque el terror impone el olvido. Aquí el homicidio es tan impersonal como el aplastamiento de un mosquito. Cualquiera puede morir como resultado de la tortura sistemática o de la inanición o porque el campo esté repleto (se acuerdan de la película The Reader) y sea preciso liquidar el material humano superfluo. Más adelante, continúa Arendt, “las masas humanas encerradas en esos campos son tratadas como si lo que les sucediera careciera de interés para cualquiera, como si ya estuviesen muertas y algún enloquecido espíritu maligno se divirtiera en retenerlas durante cierto tiempo entre la vida y la muerte antes de admitirlas en la paz eterna” (4).
Uno de los ejemplos que menciona Arendt y creemos que sirve para ilustrar la forma como el régimen logró aniquilar la persona moral dentro de los campos de concentración, es decir, lograr la superfluidad de los recluidos, fue cuando los guardianes de los campos implicaron en sus crímenes a las propias víctimas, de ese modo corrompieron toda forma de solidaridad entre los internos, haciéndolos responsables de gran parte de la administración racionalizada de la muerte, enfrentando a las víctimas con la realidad de que ellos también eran criminales al verse obligados a decidir quién del campo de exterminio iba a morir. Esta era una situación que va más allá de la pérdida de la dignidad de la víctima y de la perversión subjetiva de las.máximas morales, pues la víctima se veía enfrentada a decidir entre dos males. Estos parámetros para decidir bajo presión, le hace perder de vista a quien delibera la superfluidad de la tarea. Este fenómeno, ya no era un desvío del odio hacia el enemigo como podría interpretarlo la psicología de las masas, sino que escenifica la difusa línea que separa la elección por “libre albedrío” que hace el perseguidor asesino- de la elección por coacción realizada por el perseguidovíctima (5).
Y, en este contexto, Hannah Arendt …….
Para leer este artículo, entre a la revista digital FRÓNESIS, vol 23, No3, 2016
FRÓNESIS es una revista auspiciada por el INSTITUTO DE FILOSOFÍA DEL DERECHO “DR. JOSÉ MANUEL DELGADO OCANDO” de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad del Zulia, con sede en la ciudad de Maracaibo, República Bolivariana de Venezuela.